Maestros del sigilo, los pumas rara vez emergen de las sombras. Pero poco a poco van recuperando el terreno perdido.
Con un área de distribución que abarca desde el sur de Argentina y Chile hasta el borde del Yukón, en Canadá, Puma concolor es el más extendido de los grandes mamíferos terrestres del hemisferio Occidental, aunque sea uno de los menos visibles. En América del Norte los pumas han pasado a considerarse moradores de montañas porque ahí encontraron refugio de los disparos, las trampas y los venenos de los colonizadores, y también de los programas gubernamentales para erradicar depredadores.
Incremento de su hábitat
El Servicio de Pesca y Vida Salvaje de Estados Unidos acababa de declarar extinguida la subespecie oriental de puma cuando el felino de Dakota del Sur murió en Milford. Dos años después, en una urbanización boscosa a una manzana del accidente, un vecino llamado Gary Gianotti me dijo que días atrás había ahuyentado a un puma en la terraza trasera de su casa.
«Aquí tenemos una floreciente población salvaje de ciervos, pavos, conejos y mapaches –me dijo Gianotti–. Muchas veces veo pisadas de puma.» Encendió el móvil y me enseñó fotografías de huellas de gran felino sobre la nieve. «En Connecticut está surgiendo una población de pumas –insistió, remitiéndome a un sitio web lleno de relatos de ciudadanos que han visto a estos animales o sus huellas–. Ninguna agencia gubernamental quiere ocuparse del problema.»
Desde 1890 ha habido unos 145 ataques de pumas a humanos en Estados Unidos y Canadá, de los cuales solo algo más de 20 (un promedio de uno cada seis años) fueron letales. Quizá la estadística más significativa sea que por lo menos uno de cada tres ataques verificados ha ocurrido durante los últimos dos decenios. El hecho de que cada vez haya más personas y más pumas en las zonas rurales se traduce en una mayor posibilidad de conflicto.
Dado que el puma ataca por sorpresa a sus presas y suele cazar de noche, no es fácil estudiarlo en profundidad. Pero gracias a la tecnología, ahora podemos vigilar a este sigiloso felino durante las 24 horas del día, y muchos de los misterios que lo envolvían se están esfumando.
Patrick Lendrum es biólogo del Teton Cougar Project, un estudio de larga duración que se desarrolla en la región del Parque Nacional del Grand Teton, en Wyoming. En la oficina de campo, situada en Kelly, Patrick descarga los últimos datos sobre varios pumas que llevan collar con GPS. Al pulsar un par de teclas en el ordenador, las cifras se convierten en puntos localizados sobre una detallada imagen por satélite del paisaje, lo cual le permite estudiar los desplazamientos de los felinos casi en tiempo real. Para observar a los animales, inserta las tarjetas de memoria recuperadas de las cámaras automáticas instaladas en los últimos puntos donde los pumas han dado caza a sus presas. Usando luz natural de día e infrarroja de noche, las cámaras registran fotografías y vídeos, y dan todo tipo de sorpresas. «Creo que nunca se ha visto algo así antes –dice Patrick cuando en la pantalla aparecen dos machos adultos, rivales por naturaleza, turnándose para devorar un uapití–. Nuestros pumas hacen constantemente cosas inauditas.»
La hembra F61 es otro buen ejemplo. Cuando ella y sus hermanos tenían seis meses, una madre con tres cachorros que vivía cerca murió de un disparo. La semana siguiente, la madre de F61 permitió que los huérfanos compartieran una presa con ella y sus crías. Pasaron los días, y los cachorros de las dos camadas empezaron a jugar y a comer juntos. Se trata de la primera adopción conocida en la sociedad de los pumas.
Años después, F61 y otra hembra vecina, F51, tuvieron crías más o menos al mismo tiempo. (Las de F51 habían sido engendradas por uno de aquellos huérfanos.) Las dos familias coincidían con frecuencia, compartían comida y viajaron juntas durante la primavera. Con el tiempo, F61 empezó a criar a uno de los cachorros de F51 como si fuera suyo: el segundo caso de adopción.
En mi primera visita a los montes Teton, en noviembre de 2012, ambas hembras tenían nuevas camadas. Cuando volví unos meses después, F51 había perdido dos crías, presas de los lobos. Uno de los cachorros de F61 parecía haber hallado el mismo destino, a juzgar por la localización de la señal de su collar. Lendrum y su supervisor, Mark Elbroch, fueron al lugar donde se originaba la señal y vieron que las huellas de la familia de pumas se mezclaban con huellas de lobo. Había sangre en la nieve y en las marcas dejadas por las garras de la madre puma en un árbol.
Un tiempo después de ese ataque F61 mató a un ciervo mulo, y los científicos colocaron unas cámaras por control remoto cerca del cadáver. Las imágenes verificaron que había perdido un cachorro. Pero mostraron también algo insólito: un puma adulto comiendo con la familia.
«Hasta ahora pensábamos que los machos y las hembras solo se juntaban para aparearse –dijo Elbroch–. Sin embargo estoy viendo vídeo tras vídeo de machos y hembras adultos compartiendo presas. Hemos visto hasta siete felinos a la vez en el lugar de la matanza: un macho, dos hembras y cuatro crías.» Nos mostró un vídeo de todos ellos. Era como ver una manada de leones.
Un estudio anterior efectuado en el Parque Nacional Glacier de Montana determinó que las manadas de lobos de Canadá que habían repoblado esa zona en ocasiones mataban pumas y a menudo lograban apartarlos de presas recién cazadas. Los biólogos observaron que lo mismo ocurría en el Parque Nacional de Yellowstone tras la reintroducción del lobo a mediados de la década de 1990. Durante la siguiente década los lobos empezaron a extenderse hacia el sur y penetraron en la zona de los Teton, poniendo a los pumas bajo presión para defender a sus crías y su alimento habitual. ¿Era la creciente sociabilización de los felinos, formando «manadas», una respuesta a ello? ¿O se estaban comportando como siempre habían hecho, solo que ahora tenemos la oportunidad de observarlos?
«Durante los aproximadamente 60 años de existencia de la biología de la fauna salvaje, la mayoría de las comunidades animales que hemos estudiado carecían de superdepredador –explica el ecólogo Howard Quigley, del grupo de conservación de grandes felinos Panthera, que supervisa el Teton Cougar Project en colaboración con Craighead Beringia South–. En los Teton y en Yellowstone, los grizzlies y los pumas sobrevivieron a las purgas anticarnívoros del país. La incorporación del lobo es un experimento importante, es la reconstitución de un ecosistema completo en América del Norte. Nos brinda una oportunidad única de aprender cómo funcionan estos sistemas.»
El puma es hoy el superdepredador más común en una tercera parte de los Estados Unidos contiguos (es decir, menos Alaska y Hawai). En la mayor parte de los otros dos tercios de territorio no hay ningún gran mamífero depredador. Por ahora, un gran felino cuya característica distintiva es el sigilo parece ser el principal carnívoro que la sociedad actual está dispuesta a aceptar, o al menos tolerar. Aun así la gente quiere más información sobre los problemas que entraña. Más allá de la preocupación por la seguridad personal, algunos residentes en urbanizaciones y habitantes del medio rural temen por sus mascotas, mientras que el temor de ganaderos y granjeros son los daños al ganado. Pero quienes más se oponen a la proliferación de pumas suelen ser los cazadores, quienes ven en los felinos una competencia directa por los ungulados.
«Algunos cazadores de esta zona dicen que ya no queda caza en los bosques», explica David Gray, antiguo guardabosques y actual alcalde de Hill City, en Dakota del Sur. Cuando se quejaron ante los responsables estatales en una serie de encendidas reuniones públicas, la respuesta de las autoridades fue aumentar la cuota de caza de pumas de 2013 a 100 ejemplares, sobre una población total estimada de 300, a pesar de que la disminución de uapitíes y ciervos se debía sobre todo a un exceso de caza deportiva.
La gestión de la fauna salvaje es un delicado equilibrio entre ciencia y política, y entre economía y tradiciones sociales. Las políticas que regulan la matanza de pumas varían de una región a otra y de un estado a otro. En Texas, por ejemplo, el puma sigue estando clasificado como alimaña; puedes dispararle casi en cualquier lugar y en cualquier momento. En cambio, California no permite su caza desde 1972 y ahora es el estado que cuenta con la mayor población de pumas. También tiene abundancia de ciervos y una de las tasas de conflictos entre pumas y humanos más bajas del país. ¿Cómo se explica?
Ante la creencia de que cada puma muerto significa más presas para la caza deportiva, en algunos estados se abaten anualmente tantos felinos como los gestores de la fauna permiten. Las víctimas suelen ser machos adultos, que los cazadores valoran como trofeos. Pero precisamente porque son los más fuertes y grandes, controlan los principales territorios y obligan a los jóvenes intrusos a abandonarlos, de tal modo que regulan de forma natural la cantidad de pumas de cada región.
Los estudios del profesor de la Universidad del Estado de Washington Robert Wielgus y sus colegas han demostrado que cuando se matan demasiados machos grandes, los pumas jóvenes se congregan en los territorios desocupados. La feroz competitividad empuja a muchos de ellos hasta los límites del territorio, a menudo cerca de poblaciones humanas. Al mismo tiempo, las hembras pueden recorrer territorios más amplios para evitar el encuentro con machos desconocidos, que a veces matan a los cachorros.
Wielgus resume sus sorprendentes hallazgos: «Demasiada caza puede derivar en una mayor densidad total de pumas, en un aumento de la depredación y en un incremento de los conflictos con humanos; es decir, exactamente lo opuesto de lo que se pretende». En vez de aumentar la cuota de caza, Wielgus recomienda ajustarla al índice natural de crecimiento de la población de pumas, que es de un 14 % anual. Dada la aprobación generalizada de esta estrategia por parte de los especialistas, puede que se convierta en la norma para la caza de pumas –y quizá también para la de otros grandes depredadores–, lo cual facilitaría su coexistencia con las personas.
Parece que para muchos es vital que haya algo grande y feroz deambulando por ahí para que la naturaleza se mantenga en estado salvaje, algo que ponga los pelos de punta y estimule la imaginación. Los científicos también creen que esto es importante, ya que los grandes carnívoros han desempeñado un papel esencial en la mayor parte de los ecosistemas del mundo. Debido a la ausencia de un carnívoro importante –y con la pérdida de popularidad de la caza deportiva–, el ciervo de Virginia se ha convertido en un peligro para los conductores, una molestia para los jardineros y un portador de las garrapatas que transmiten la enfermedad de Lyme. La ausencia de depredadores que acaben con los animales más débiles y enfermos causa también la propagación de otros parásitos y enfermedades. Y a medida que la población excesiva de ciervos pace a sus anchas esquilmando arbustos y árboles jóvenes, transforma sin prisa pero sin pausa los bosques nativos de América del Norte.
Nadie dice que los pumas deban estar presentes en todos los bosques, pero algunos se preguntan por qué no en los bosques nacionales y estatales de los Grandes Lagos, o en los montes Adirondack de Nueva York, o quizás en la meseta de Ozark: lugares todos ellos que este sigiloso animal ha visitado en los últimos años. La situación de este gran felino mañana o dentro de diez años es incierta. Pero lo más seguro es que siga reivindicando el terreno perdido.