HOLA AMIGOS


Bienvenidos a mi blog. Este será un sitio dedicado a la raza que me apasiona, el cocker spaniel ingles, y en general a todos los perros, con raza o sin ella. Aquí iré colgando temas relacionados con ellos, con los cocker y todo aquello que me parezca interesante, sobre veterinaria, etología etc...

Encontrarás que algunos artículos sobre el cocker son un poco técnicos, pero la mayoría son para todos los públicos. ¡No te desanimes !



Agradecimiento:

Me gustaría agradecer a todas las personas que nos han ayudado, explicado y aguantado tantas y tantas cosas, y que han hecho que nuestra afición persista.

En especial a Pablo Termes, que nos abrió su casa de par en par y nos regaló jugosas tardes en su porche contando innumerables “batallitas de perros”. Suyas fueron nuestras dos primeras perras y suya es buena parte de culpa de nuestra afición. A Antonio Plaza y Alicia, también por su hospitalidad, su cercanía, y su inestimable ayuda cada vez que la hemos necesitado. También por dejarnos usar sus sementales, casi nada. Y a todos los criadores y propietarios que en algún momento, o en muchos, han respondido a nuestras dudas con amabilidad.

Y, por supuesto, a Rambo, Cibeles y Maripepa, a Chulapa y Chulapita, y a Trufa, como no, y a todos los perros con pedigrí o sin el, con raza o sin ella por ser tan geniales.

Muchas gracias


Te estaré muy agradecido si después me dejas tus impresiones en forma de comentario.

Espero que te guste y que vuelvas pronto.



PARA LA REALIZACIÓN DE ESTE BLOG NINGÚN ANIMAL FUE MALTRATADO




jueves, 2 de octubre de 2025

ADIÓS A JANE GOODALL, LA PRIMATÓLOGA DE LUZ


Razones para la Esperanza: 
El Adiós Terrenal de Jane Goodall (1934-2025). 

El silencio se ha adueñado del bosque de Gombe. No es un silencio absoluto, pues el susurro del viento en las hojas y el rumor lejano del lago Tanganica permanecen, pero hay una ausencia que resuena con fuerza. Este miércoles 1 de octubre de 2025, el mundo ha amanecido con la noticia de que Jane Goodall, la mujer que redefinió nuestra relación con el reino animal, ha emprendido su último viaje. La primatóloga, etóloga y naturalista, mensajera incansable de la paz y la conservación, ha fallecido a los noventa y un años, dejando tras de sí un legado que es mucho más que un cúmulo de datos científicos; es una filosofía de vida, un llamado a la compasión y, como ella misma se empeñó en recordarnos hasta el final, una razón para la esperanza.


La noticia, difundida por medios de la talla de The New York Times y National Geographic, llega con el doloroso contraste de la más reciente memoria. Hace apenas unos días, el pasado 27 de septiembre, México fue testigo de lo que sería su última aparición pública en una conferencia titulada, de manera profética, “Razones para la esperanza”. Quienes tuvieron el privilegio de estar presentes en aquel auditorio describen a una mujer menuda, cuyo cuerpo frágil era desmentido por una energía que llenaba la sala y por una voz que, aunque gastada por los años y los viajes, conservaba su tono pausado y su claridad. Habló de los chimpancés, por supuesto, pero sobre todo habló del futuro. Era como si, sabiendo que el final se acercaba, quisiera legarnos un mensaje final de aliento, una brasa que mantener viva en la oscuridad. Esa imagen, la de la anciana sabia compartiendo su esperanza con el mundo apenas cuatro días antes de su partida, se erige ahora como un poderoso epílogo a una vida extraordinaria.



Para comprender la magnitud de su obra, es necesario retroceder hasta 1960, hasta una joven inglesa de veintiséis años sin título universitario que se adentraba en la espesura de lo que hoy es Tanzania, armada con poco más que unos binoculares, un cuaderno de notas y una paciencia infinita. Su mentor, el paleontólogo Louis Leakey, había confiado en ella precisamente por su falta de formación académica convencional; creía que una mente libre de prejuicios teóricos podría observar a los chimpancés con una frescura inédita. Y no se equivocó. Los primeros meses fueron de una soledad extrema, los animales huían de su presencia. Pero Jane persistió. Y entonces, el mundo se abrió. Fue ella quien, por primera vez, documentó que los chimpancés no eran los seres vegetarianos y pacíficos que se creía. Observó cómo un individuo, al que llamó David Greybeard, modificaba una rama para extraer termitas de un hormiguero. Era la primera evidencia de que un animal no humano fabricaba y utilizaba herramientas, un hallazgo que obligó a redefinir la propia esencia de lo que considerábamos “humano”. Leakey, al recibir la noticia, telegrafió: “Ahora debemos redefinir ‘herramienta’, redefinir ‘hombre’ o aceptar a los chimpancés como humanos”.


Ese fue solo el principio. Su meticulosa labor de observación reveló la compleja vida social de los chimpancés: sus guerras entre grupos, sus alianzas estratégicas, sus demostraciones de poder, sus largos abrazos reconciliatorios después de un conflicto. Les puso nombres, en lugar de números, algo que entonces se consideraba una herejía científica. Descubrió que tenían personalidades individuales, emociones profundas como la alegría y la tristeza, y la capacidad de sufrir una dolorosa pérdida. Goodall no solo estudiaba a los chimpancés; ella convivía con ellos. Su enfoque, considerado poco ortodoxo en su época, se basaba en la empatía. Para entenderlos, había que, en cierta medida, sentir con ellos. Esta metodología revolucionaria, enriqueció la etología de una manera sin precedentes, dotando de subjetividad y profundidad psicológica a un campo que tendía a la mera descripción objetiva.


Su regreso al mundo académico para obtener su doctorado en Etología en la Universidad de Cambridge fue otro acto de desafío. Los académicos de la época criticaron su metodología por ser “poco científica” debido a la emocionalidad de sus descripciones. Sin embargo, la solidez de sus descubrimientos era incontestable. Con el tiempo, su trabajo sentaría las bases no solo de la primatología moderna, sino que influiría en la manera en que la ciencia aborda la inteligencia animal y la propia evolución humana. El Instituto Jane Goodall, fundado en 1977, se convirtió en el bastión desde el cual se expandiría su misión, asegurando la continuidad de la investigación en Gombe durante décadas.


Pero la científica pronto dio paso a la activista. A mediados de los ochenta, tras asistir a una conferencia sobre la alarmante disminución de las poblaciones de chimpancés debido a la deforestación y el tráfico ilegal, tomó conciencia de que no podía limitarse a observar. Su labor debía trascender los límites de la selva. Así, transformó su dolor y su preocupación en acción. Dejó atrás el paraíso de Gombe, el lugar que más amaba, para convertirse en una nómada incansable, viajando más de trescientos días al año para dar conferencias, reunirse con líderes y concienciar al mundo. Su lucha ya no era solo por los chimpancés, sino por la biodiversidad global y por un desarrollo sostenible que no aniquilara el planeta.


De esta visión holística nació en 1991 el programa “Roots & Shoots” (Raíces y Brotes), uno de sus mayores orgullos. Dirigido a la gente joven, el programa busca fomentar el respeto por todos los seres vivos y empoderar a las nuevas generaciones para que se conviertan en agentes de cambio en sus comunidades. Para Jane, la educación ambiental no era una asignatura más, sino la semilla fundamental para un futuro distinto. Miles de grupos de “Roots & Shoots” se han creado en más de setenta países, un ejército pacífico de jóvenes que encarnan su lenguaje de compasión y acción.


Su visita a México a finales de septiembre de 2025 fue la cristalización de este espíritu. En aquella conferencia, “Razones para la esperanza”, no se limitó a enumerar los problemas, que conocía con amarga precisión. En cambio, se centró en los motivos para creer en un mañana mejor. Habló de la resiliencia de la naturaleza, del impacto e importancia de las decisiones individuales. Celebró el indomable espíritu humano, esa chispa de bondad y determinación que surge en las circunstancias más adversas. Y, sobre todo, puso su fe en los jóvenes. Ante un auditorio repleto, muchos de ellos estudiantes, su mensaje fue claro: cada individuo marca la diferencia. Cada día, con nuestras acciones, tenemos la oportunidad de elegir el tipo de impacto que queremos tener en el mundo. Era el mensaje de una vida, un testamento vital que resonó con una fuerza especial bajo el cielo mexicano.


Ahora, con su partida, el mundo parece un poco más pequeño y un poco más silencioso. La noticia de su fallecimiento, confirmada por su instituto, ha provocado un torrente global de condolencias y homenajes. De los pasillos de Naciones Unidas, donde fue nombrada Mensajera de la Paz, a las remotas comunidades que benefician de sus programas de conservación, su ausencia se siente con agudo pesar. Pero Jane Goodall no era una mujer que creyera en los finales tristes. Su vida entera fue una lucha contra la desesperanza.


Su legado no son solo sus artículos científicos, sus libros o los documentales que cambiaron la percepción pública. Su legado más profundo es una forma de mirar el mundo: con curiosidad, con respeto y con un amor activo que se niega a claudicar. Es la niña que soñaba con viajar a África y vivir entre animales, y que cumplió su sueño para mostrarnos que no estamos separados de la naturaleza, sino que somos una parte más de su intrincada y sagrada red. Ella nos enseñó que la línea que nos separa de los demás seres vivos es mucho más difusa de lo que jamás habíamos imaginado, y que en esa delgada frontera reside nuestra mayor responsabilidad.


El bosque de Gombe permanece. Los chimpancés descienden de los árboles al amanecer, se buscan unos a otros para acicalarse, y en sus gestos y sus miradas perdura el eco de lo que Jane Goodall nos ayudó a entender. Su cuerpo mortal ha partido, pero su espíritu, esa tenaz esperanza, queda impregnado en cada semilla que planta un niño de “Roots & Shoots”, en cada hectárea de selva que se protege, en cada conciencia que despierta a la urgencia de conservar nuestro único hogar. La sabia del bosque se ha marchado, pero nos ha dejado, como último regalo, razones poderosas, imborrables, para seguir teniendo esperanza.


Escrito por Luis Felipe Valdez