Leo con tristeza que Carlos de Hita, al que no tengo el privilegio de conocer, pero al que siento como amigo, se despide de su blog en El Mundo después de nueve años. Naturalista y poeta, y no necesariamente en ese orden, nos ha acercado la Naturaleza con cada una de sus frases. Emotivas, sentidas, llenas de amor por lo natural...Modestamente me he atrevido a robarle algunos de sus artículos, y lo volveré a hacer, para daros a conocer la maravilla de los seres vivos a través de su pluma. Hoy os dejo aquí su despedida.
Pero yo le seguiré buscando...
Todo sonido percibido a lo lejos produce igual efecto, una vibración de la lira universal...
H.D. Thoreau, Walden, la vida en los bosques.
A lo largo de más de nueve años este blog en el que la naturaleza se
cuenta a sí misma, con su propia voz, ha anidado en las frondosas ramas
de una sección de Ciencia acogedora y abierta a todo tipo de
experimentos. Pero todo tiene un límite y este concierto natural termina
hoy. En todo este tiempo por aquí han cantado, crotorado, tamborileado,
gritado, bramado, aullado y estridulado una buena parte de los
integrantes de la fauna ibérica, a veces de más allá, siempre contra el
fondo sonoro de sus paisajes.
El viento ha soplado en todas las notas de
la escala, con todos los grados de su furia. Han murmurado las aguas,
móviles o quietas, dulces o saladas, líquidas o retenidas en cristales
de nieve, a menudo acompañadas por el retumbo del trueno, tan grande en
la atmósfera libre, tan pequeño confinado al espacio de unos altavoces.
Año tras año los ruiseñores nos han informado de la llegada del buen
tiempo. Los trompeteos de las grullas han anticipado la llegada de la
mala estación; los bramidos de los ciervos, el final del verano, el
tiempo de berrea. Los aullidos de los lobos, todo un clásico del blog,
nos han hecho una y otra vez la pregunta más profunda, la que todavía no
tiene respuesta.
En estos nueve años a nuestros paisanos del campo, los de pelo, pluma
o escama, no les ha ido bien. Con la salvedad de algunos éxitos,
todavía muy precarios (el oso pardo, los linces, aún en la UCI, las
águilas imperiales, quizá los lobos, aunque si estos se expanden es por
su cuenta, sin ayuda de nadie), la situación es mala para casi todos.
Desde que esto empezó a sonar los veranos meteorológicos son más largos,
a razón de un día por año; las temperaturas no han dejado de subir; los
campos reciben cantidades mayores de venenos. La transformación del
mundo natural continua y los animales, en respuesta, se callan. La
mayoría de las especies de aves se desploman, algunas, como los
urogallos, los sisones, los aláudidos, las tórtolas y las codornices,
con estrépito; en silencio, mejor dicho. Hasta los gorriones, tan
familiares, están siendo expulsados de nuestra compañía. A ras de suelo,
el bordoneo continuo de las abejas ha desaparecido de muchas laderas de
montaña; los grillos y saltamontes, el sonido del calor y de la noche,
disminuyen. La primavera silenciosa todavía está lejos, pero el paisaje
sonoro es cada vez más monocorde.
Desde aquí ya no podremos dar más testimonio de ello, pero la vida
seguirá sonando. Llegará el otoño y bramarán los ciervos. Bajarán los
fríos y con ellos trompetearán las grullas. En las noches más oscuras
los aullidos de los lobos nos seguirán interpelando. Y lo harán donde
siempre, en sus mejores escenarios y con las mejores acústicas. En los
campos.