La transformación en fiesta religiosa se produjo durante el Siglo de Oro, cuando estas congregaciones populares se reunían en la desaparecida ermita de San Blas en Atocha (donde se ubica el Observatorio Astronómico Nacional de España). Los porqueros llevaban sus cerdos y se premiaba al más engalanado. Además, se organizaba una carrera entre los cerdos selecionados y el primero en llegar a un abrevadero repleto de comida era nombrado «Rey de los Cochinos».
Además del galardonado cerdo se elegía también a un porquero mediante un sorteo y, según cuenta la tradición, se le disfrazaba de san Antonio Abad y se le subía a un burro. Adornado con productos del campo, el ganadero se dirigía desde Atocha a la ermita de San Antonio. Le seguían los cerdos, con su «rey» a la cabeza. Allí les esperaban los monjes antonianos para bendecir la paja y la cebada con la que se alimentarían los animales y el pan de sus dueños.
La iglesia de San Antón
Con el paso del tiempo, esta costumbre se fue refinando hasta convertirse en las famosas vueltas vueltas de San Antón. Se llamaron así porque, el 17 de enero, día de San Antonio Abad, los alrededores de la parroquia de San Antón se llenaban de romerias –entre Hortaleza y Fuencarral– a las que acudían los campesinos con sus mulas y caballos. Con ellos traían la cebada y el centeno para ser bendecidos por los padres escolapios. Se continuó con la tradición de repartir los panecillos del Santo entre los asistentes. La fiesta era tan importante que los reyes hacían acto de presencia.
La fiesta de las «vueltas» fue desapareciendo paulatinamente –al mismo tiempo que el urbanismo fue ganando espacio al campo en la capital– hasta dejarse de celebrar en el siglo XIX. Tras años sin celebrarse, la fiesta de San Antón volvió a celebrarse después de la Guerra Civil y el Ayuntamiento decidió suprimir las «vueltas» en 1967. Sin embargo, volvieron a llevarse a cabo en 1983 por deseo expreso del alcalde Enrique Tierno Galván para «rescatar las antiguas tradiciones madrileñas».
Todo ello ha derivado en el desfile que se realiza cada año por Hortaleza, San Mateo y Fuencarral. Una «procesión» en la que participan los caballos y las unidades caninas policiales o los perros guía de la ONCE. Los madrileños se acercan hasta el templo para recibir, junto a sus respectivas mascotas, la bendición del Santo.