Hoy, día de San Antón, las televisiones locales sacarán entrevistas a pie de iglesia a señores de avanzada edad, con su perrito engalanado, a la espera de la preceptiva bendición a golpe de hisopo. Forma parte ya de la tradición. Como los panes del santo, que se vendieron ayer en la iglesia de San Antón de la calle de Hortaleza, los animales desfilando en las vueltas por la tarde, el pregón…
La iglesia de San Antón estuvo en origen ligada a la Orden de los Hospitalarios de San Antonio Abad, unida al hospital que allí tenían hasta la disolución de la orden en 1787. Inmediatamente después, en tiempos de Carlos IV ( 1748 – 1819), se vio adscrita al colegio de los escolapios que se instaló allí, cuyo popular edificio ocupa hoy el Colegio de Arquitectos de Madrid.
San Antonio Abad, también conocido como San Antonio el Grande, San Antonio el Ermitaño o, simplemente, San Antón, es un santo católico del siglo III. Según la tradición, era hombre de gran fortuna que, tras recibir un mensaje divino, vendió sus bienes y marchó a vivir al desierto. Mucha gente le siguió, formando la primera comunidad de ermitaños de vida en común sin reglas escritas. El santo tiene aún hoy mucho predicamento en comunidades de este tipo como los moronitas, y es considerado, en general, pionero del monacato.
Precisamente, esta es una de las razones por la que se representa al santo con un cerdo (también porque es el animal impuro, para representar que el ermitaño consiguó vencer en el desierto todas las tentaciones malignas). La otra forma en como suele representársele es con fuego brotando de sus pies o del libro que sostiene entre las manos. Es el llamado fuego de San Antonio, que hace referencia a la enfermedad del mismo nombre (o ergonismo), plaga medieval que se manifestaba con un intenso ardor en las extremidades (a grandes males, grandes remedios, la amputación solía ser la solución) y se interpretaba como un castigo por la lujuria. La orden se dedicó al cuidado de estos enfermos (en España a los bordes del camino de Santiago, donde los peregrinos llegaban infectados del país vecino). El fuego se ha mantenido, junto al cerdo, en las representaciones del santo (de El Bosco a Dalí pasando por Max Ernst) y en las hogueras de las fiestas populares.
Historia de la bendición y las vueltas en Madrid
El siguiente punto de la celebración consistía en dirigirse a la Iglesia de San Antón y exigir que se bendijeran los animales, su comida y los panecillos que habían hecho para la ocasión (y que son antecedente de los actuales). La fiesta proseguía luego hasta la madrugada con bailes y hogueras.
Sabemos que la fiesta cobra gran importancia en tiempos de Isabel II (1833 – 1868). Es entonces cuando, ante la gran afluencia de público, se crea el itinerario amplio, por varias calles. Las descripciones con las que contamos hasta el parón de la Guerra Civil siguen mostrando un ambiente de romeros, carros engalanados y puestos de venta de feriantes.
Subida a la ola de revitalización de las fiestas populares de los primeros ayuntamientos, a principios de los ochenta, y con el empuje del Padre Villar, la festividad cobra nuevos bríos. En 1983 Enrique Tierno Galván es el pregonero de las mismas, y a partir de 1985 se vuelve a facilitar el corte de las calles para las vueltas.
El mayor atractivo que tienen hoy las vueltas – además de los animales en sí mismos, desde el gran cerdo hasta los caballos de la guardia civil – es el aroma de transgresión que conserva, el hecho de ver a las fieras tomando el centro de la ciudad, si bien es ahora una transgresión civilizada, lejana de la inversión de valores carnavalesca tan propia de las festividades de otras épocas. Mantiene, de todos modos, un aroma popular divertido, aunque en los últimos años haya menos animales participando en ella.