No, un perro no es un animal. No es un animal "normal" y quizás ni 
siquiera sea un animal. Desde luego no responde a nuestro concepto 
clásico y básico de lo que mayoritariamente, para un ser humano, debería
 ser un animal: generalmente (salvo en China) no sirve para ser comido, 
ni resulta útil para casi ningún tipo de trabajo (salvo el pastoreo), ni
 vive en estado salvaje... Al menos no ahora. Un lejano día sí, pero de 
eso hace ya mucho tiempo. Quizás más de 100.000 años. En aquel entonces 
los perros y los humanos se acercaron y comenzaron a colaborar y a 
convivir. Humanos y perros comenzamos a ayudarnos y a entendernos en la 
noche de los tiempos de la cultura humana.
 
Hace poco un 
veterinario amigo me contó una historia que yo desconocía y que explica 
hasta qué punto un perro es diferente de otros cánidos. Me explicó que 
si tú coges a un cachorro de lobo desde bien pequeño y lo crías en tu 
casa, como harías con cualquier perro, el cachorro de lobo no se adapta a
 la vida en familia, ni es capaz de aprender o aceptar las reglas de 
convivencia básicas, que cualquier perro comprendería a la perfección. 
La
 diferencia entre un cachorro de lobo y otro de perro es que el cachorro
 de lobo está predeterminado a ser un animal salvaje porque siempre ha 
vivido en libertad, mientras que el cachorro de perro lleva inscrito en 
su código genético la posibilidad de ser domesticado y de adaptarse a 
unas normas que no son las suyas, pero que él acepta en aras de la, para
 él beneficiosa, convivencia con la especie humana. El perro por ejemplo
 sigue conservando, aunque sea adulto, ciertas características 
infantiles -capacidad de juego y de aprendizaje por ejemplo- que le 
hacen más moldeable; cualidades en cambio que el lobo pierde en cuanto 
se hace adulto. También parece ser que el ladrido -los lobos no ladran, 
sólo aúllan- podría ser una adaptación del perro a nuestro forma de 
comunicarnos, algo así como un intento de copiar nuestro lenguaje.
 
Tuve
 mi primer perro siendo un niño. Pero sólo durante un par de meses 
porque enseguida enfermó y murió. A pesar de todo recuerdo ese período 
como uno de los más felices de mi infancia. Estaba deseando regresar del
 colegio para jugar con mi perro, que me recibía a lametones, cada tarde
 al regresar de la escuela. Hasta que un día de vuelta del 'cole' mi 
madre me dijo que ya no estaba, que se había puesto enfermo y había 
muerto. Era demasiado pequeño para entender del todo lo que aquello 
significaba. 
Sólo hace un par de años sentí la necesidad 
perentoria de tener de nuevo un perro conmigo. Siempre lo había 
pospuesto por la peregrina idea de que sólo podría tener uno cuando me 
jubilara y me fuese a vivir al campo. Criar un perro me parecía un 
capricho caro y complicado, algo que me iba a restar tiempo para otras 
actividades que me gustan como leer, escribir, ir al teatro o quedar con
 amigos.... Además no me gusta ver animales encerrados y obligados a 
vivir en espacios humanizados, contra su voluntad. Hasta que un día me 
convencí a mí mismo de que un perro era diferente y que quería vivir esa
 experiencia sin esperar más tiempo. Eso me hizo traerme a casa a Keko, 
un podenco en acogida que saqué de una protectora de animales. No lo 
quise adoptar de entrada porque no sabía si estaba preparado para asumir
 esa, pensaba yo entonces, enorme responsabilidad. Pero Keko había 
vivido toda su vida en el campo y no se adaptaba a la vida en la ciudad.
 Salíamos a la calle y se negaba a dar un solo paso. Se asustaba de los 
coches, de la gente y de los ruidos... al cabo de una semana se lo 
llevaron de vuelta a la protectora y yo me volví a quedar solo. Estuve 
mucho tiempo sin tener noticias de él hasta que hace poco supe que vive 
feliz en Las Rozas, una ciudad mucho menos estresante, sobre todo para 
un perro acostumbrado a vivir en la naturaleza, que el centro de Madrid.

 
 
Pasado
 el tiempo comencé de nuevo a obsesionarme con la idea de tener un perro
 y un buen día, buscando en anuncios de todo tipo -estaba casi enfermo 
con mi obsesión perruna- encontré uno que me gustó. El anuncio lo había 
puesto una familia chilena que vendía dos machos de siete meses, pinscher miniatura
 y casi regalados porque no podían quedarse con la camada completa y 
querían poder elegir a los posibles interesados para dejar a sus 
perritos con gente de su confianza. Ellos ya tenían que cuidar de dos 
hijos, un gato, un galgo, la madre pinscher y su cachorro hembra... 
inicialmente habían pensado quedarse con todos pero, desbordados por la 
situación, decidieron que era demasiado trabajo y que lo mejor para 
ellos era "colocar" a los dos machos. 
 
Nos citamos y aparecieron 
un día en mi casa con dos preciosos pequeñines de color negro. Eran dos 
criaturas en verdad hermosas, atléticas y elegantes, adorables los 
dos... pero me veía obligado a tener que elegir y por eso les sometí a 
un test que encontré en Internet sobre cómo elegir el perro idóneo. El 
test básicamente consistía en hacerles diversos tipos de "perrerías" o 
sea pruebas de sometimiento a las que si el animal no se resiste en 
exceso, se supone que es más sociable y por lo tanto más apto para 
convivir con humanos. Ambos resultaron idóneos. Eran buenos, pacientes y
 cariñosos. Pero tuve que decidirme y elegí al que se llamaba Jack, 
aunque yo le llamé Ratón. Al verle con esas orejas tan grandes y esa 
carita de ratoncito -me recordaba a Mickey Mouse- pensé que era el 
nombre que más se le ajustaba. Hace poco quise telefonear a la familia 
que me lo vendió para darles las gracias por darme tanto por tan poco, 
pero el teléfono ya no estaba operativo. Supongo que debieron regresar a
 Chile en vista de cómo están aquí las cosas. Antes vendieron también a 
su hermano a un amigo mío. El le llamó Anubis, aunque ahora le llama 
siempre Nubi. A mi amigo, bromeando, le digo que ambos somos compadres 
perrunos.

 
 
Mi vida -y la de mi marido- ha cambiado totalmente desde
 la llegada de Ratón. Y eso que como todo nuevo inquilino al principio 
nos dio unos algunos problemas. Hasta que poco a poco aprendió a hacer 
las cosas donde debía y se adaptó a nosotros, a nuestra casa y a nuestro
 estilo de vida y nosotros a él, claro está. ¡Hay tanto que aprender 
cuando un nuevo miembro perruno llega a la familia! Hoy día es la 
felicidad de nuestra vida. Y no es una metáfora, es tal cual lo cuento. 
No hay nada ni nadie que me haga reír tanto como él, ni que me haga 
disfrutar tanto. Ningún ser humano nos da más cariño que él, que nos 
come a besos todos y cada uno de los días de nuestra vida. Nosotros le 
proporcionamos comida, agua y cobijo y eso le hace vernos como los jefes
 de la manada, de nuestra pequeña manada de tres miembros. Él nos 
respeta, nos quiere y nos hace felices con sus apenas 30 centímetros de 
altura. Es un animal sociable, tranquilo, hermoso y tierno... Babeamos 
con él cuando nos mira, cuando hace monerías porque sabe que nos gusta, 
cuando salta de alegría al vernos regresar a casa o al vestirle para 
salir a dar un paseo, que es su actividad favorita.

 
 
Tener un perro
 sale un poco caro, sobre todo si se le cuida adecuadamente, si se le 
ponen todas las vacunas que los veterinarios recomiendan y se le da una 
buena alimentación. Es un ser vivo -¿es un animal?- y como tal necesita 
ir al veterinario cada poco para revisiones, vacunas, curas... Como 
cualquiera de nosotros enferma y lo peor es que no tiene seguridad 
social -quizás nosotros algún día tampoco al paso que vamos- por lo que 
todos los tratamientos médicos se ponen por las nubes. Si fuéramos 
capaces de sortear la parte económica, yo recomendaría a todo el mundo 
que tuviera un perro en casa. Da mucha más felicidad de la que yo jamás 
habría imaginado. Mi marido dice con ironía que desde que llegó Ratón a 
nuestras vidas me he humanizado. Curiosa contradicción... Yo diría en 
todo caso que me he "perrizado".
 
En realidad no pretendía hacer 
una apología perruna en este artículo, sólo sentía la necesidad de 
describir lo maravilloso que es convivir con un animal que un día fue 
salvaje, pero que ahora es un miembro más de la familia humana. Un 
miembro de cuatro patas y un alegre rabito, que mueve enérgicamente cada
 vez que le propongo jugar con una pelota, al escondite o cualquier otra
 actividad que él sea capaz de entender... Él es feliz con nosotros y 
nosotros con él. Y lo peor es que ya no somos capaces de imaginarnos la 
vida sin Ratón y cada vez que enferma, que son más veces de las que 
desearíamos, aunque sea sólo una tontería, nos asustamos porque este 
mini perro se ha convertido en uno de los centros de nuestras vidas.
 
Nuestros
 paseos y aventuras por el Parque del Retiro son una delicia. Juntos 
hemos asistido a subastas de arte, inauguraciones de exposiciones, performances...
 hemos estado en restaurantes o en casas de amigos... Juntos vamos a 
comprar al supermercado, a veces de manera visible y otras oculto en el 
interior de un bolso de tela en el que, demostrando una admirable 
paciencia, permanece oculto para evitarnos problemas. Tengo que decir 
que no suelo volver a los lugares de donde nos echan con cajas 
destempladas, como nos ha ocurrido más de una vez, y eso que siempre le 
llevo dentro de una bolsa colgada de mi hombro (con la cabeza y medio 
cuerpo fuera eso sí) y él desde ahí no tiene ninguna posibilidad ni de 
hacerse pis, ni de lamer o comerse nada. A veces es tratado como si 
fuera un delincuente o un agente de contaminación masiva... Pero él sólo
 pesa tres kilos, tiene todas sus vacunas en regla y está más limpio que
 algunas personas. Por eso es tan fácil ir con él a todos lados. También
 es cierto que colabora en todo y no pone pegas a estas estrategias que 
me permiten llevarle casi siempre conmigo, en mejores o peores 
condiciones. 

 
 
Una vez incluso estuve a punto de llevarle al cine a ver Frankenweenie,
 una película que estrenó en 2012 mi idolatrado Tim Burton. El filme 
contaba la historia de un niño al que se le muere su perro Sparky y, 
reconvertido en una especie de doctor Frankenstein perruno, decide crear
 una máquina para resucitarle. Pensé que si había una película por la 
que mereciese la pena correr el riesgo de colar a Ratón en el cine era 
esa. Pero se me pasó y finalmente no la vimos. A pesar de todo sigo 
pensando en la posibilidad de ir al cine con él. Él, claro está, no verá
 la película a no ser que escuche ladridos de perros en la cinta y eso 
le haga estirar sus orejitas al límite. Normalmente se dormirá 
plácidamente sobre mis rodillas, como hace siempre, a veces en posturas 
inverosímiles, y yo veré sin problemas la proyección. No puedo evitar 
reconocer que me haría ilusión "colarle" en una sala de cine y compartir
 ese rato con él, como tantos otros que pasamos juntos.
  
 
Algunos 
pensarán a estas alturas de la "película" que estoy como una cabra. Yo 
les diría, si no tienen perro, que el día que lo tengan entenderán de lo
 que estoy hablando. A las personas que conviven con un perro no hace 
falta que les explique nada porque estoy seguro de que me entienden sin 
ningún género de dudas... Un perro es el mejor antídoto contra la 
soledad, contra la tristeza, contra el aburrimiento, contra la sensación
 que todo ser humano tiene en momentos puntuales de su vida de que todo 
va mal. Un perro no te evitará la pobreza o la enfermedad, no te sacará 
del paro, ni evitará tu divorcio, pero aliviará cualquier situación 
dolorosa a la que la vida te arrastre... Un perro quizás no te pueda 
salvar de padecer una depresión pero sin duda te ayudará, dentro de sus 
posibilidades, a hacerte la vida más llevadera.
 
Para terminar una 
anécdota. Una amiga valenciana se queda periódicamente en nuestra casa 
en Madrid por temas de trabajo, durante breves períodos de tres o cuatro
 días. No le gustan los perros y no los entiende, ni se preocupa por 
hacerlo y está en su derecho. Ella es así y lo aceptamos. Ratón ladra 
ruidosamente siempre que aparece por la puerta de casa para quedarse con
 nosotros, pero en seguida asume que forma parte de "nuestra manada" e 
incluso ensaya acercamientos a ella con escaso éxito por su parte. Un 
día nuestra amiga estaba en casa, sola con Ratón y rompió a llorar de 
rabia por un problema de trabajo. Ratón se subió al sofá en el que ella 
estaba sentada, se puso a su lado y apoyó las dos patitas delanteras 
sobre su pecho mientras la miraba fijamente como diciéndole: "¿Puedo 
hacer algo por ti?". Luego, al ver que no había respuesta por parte de 
nuestra amiga y que esta seguía sollozando desconsoladamente, se 
acurrucó junto a ella hasta que se calmó... Y eso pese a que él está 
habituado a sufrir su rechazo. ¿Podría un ser humano haber dado una 
mejor respuesta a su dolor? Por eso sostengo que un perro no es un 
animal. No sé lo que es exactamente, pero un animal lo dudo...