Sí, lo reconozco, soy uno de esos blandorros que lloran con historias como la de Duke,
un perro enfermo de cáncer al que su familia de adopción organiza una
fiesta de despedida el último día de su vida en común. Soy uno de esos
locos que el día 24 de marzo de 2012 recibió la visita de un cachorro de
pinscher miniatura de siete meses de edad, que llegó a mi casa con su
hasta entonces familia de adopción. Creía que venía de visita, pero en
realidad llegó para quedarse, aunque él esto aun no lo sabía...
Lo que celebro ahora es que el día 20 de julio de hace tres años
nació Ratón. Desde que llegó a mi vida apenas si nos hemos separado.
Ratón y yo vamos juntos a todos lados. Él me sigue todo el tiempo por la
casa. Cuando me ducho y me estoy secando le gusta chuparme las piernas
-debe ser para él como agua con sabor a frutas- y cuando me estoy
poniendo los calcetines siempre quiere interponerse entre el calcetín y
mi pie. Yo le tapo con la ropa que acabo de quitarme y él se zafa como
puede de ella. A veces mi camiseta sucia le tapa por entero y deja sólo
al descubierto su cabeza. Le digo que parece doña Rogelia (una de las
marionetas de la ventrílocua Mari Carmen) y me río sin que él entienda
nada.
Ratón me he enseñado de nuevo a acariciar, a besar, a
compartir un espacio pegados el uno contra el otro, porque a él lo que
más le gusta es estar pegado a mí en todo momento. En invierno es
fantástico porque es una pequeña estufa, pero en verano no tanto por la
misma razón. Mis amigos me preguntan cuántas veces le saco de paseo y yo
les digo que pocas, que realmente lo que he hecho ha sido incorporarle a
mi vida y llevarle conmigo al súper, a tiendas, a galerías de arte, a
visitar a los amigos... y suele comportarse educadamente, como uno
espera de él, quedándose tranquilo dentro de un bolso durante mis
compras; sentado sobre el suelo cuando voy al banco o acurrucado entre
mis brazos a que acabe mis encuentros con amigos o mi asistencia a
conferencias o mesas redondas. Mis amigos dicen que es uno de los perros
más cultos que conocen, aunque él realmente se limita a estar y a dormitar, así es que lo que es aprender, no aprende mucho...
Desde que convivo con Ratón nunca me he sentido solo. Ratón siempre está
conmigo, pendiente de mí, de mis más mínimos movimientos, pendiente de
lo que hago, de lo que digo, de lo que siento... y él me ayuda en la
medida de sus posibilidades, que son muchas, dándome apoyo moral,
proponiéndome jugar con él, estando pendiente de mí, sacándome de paseo o
jugando a los juegos que yo le propongo. Nada ha venido dado, sino que
hemos ido construyendo nuestro vínculo, nuestra relación, con el paso
del tiempo y con el mutuo aprecio, con paciencia el uno hacia el otro,
para poder entendernos en la medida en que dos animales tan distintos
pueden entenderse. Aunque la mirada, la profunda y dulce mirada de
Ratón, me dice que las cosas van bien entre nosotros. No sé cómo habría
sido mi vida con otro perro, sólo sé cómo está siendo con Ratón y desde
luego es una experiencia que merece la pena ser vivida.
Para mí Ratón es como un hijo (aunque no me olvido de que es un
perro) o un pequeño amigo -pesa tres kilos y medio-, un ser vivo que la
naturaleza me ha confiado y al que cuido como nunca he cuidado a ningún
ser humano, en parte porque creo que ninguno se ha dejado cuidar tanto
como él. Él a su vez estoy seguro de que piensa que soy suyo y que me
tiene que cuidar y proteger de los extraños. Por eso cada vez que oye
ruidos en la puerta de casa me avisa, ladrando o gruñendo suavemente
para que no me enfade con él, porque sabe que no me gusta que sea
ruidoso. Sabe que le prefiero tranquilo. Que me avise sí, pero sin
aspavientos.
Disfruto y babeo viendo a Ratón comer, jugar o
viendo cómo duerme y mueve sus pequeñas patas mientras sueña que corre.
Cada día vivimos juntos pequeñas o grandes aventuras, pequeños o grandes
triunfos o derrotas. Cada día disfruto con su felicidad, lo que debe
ser una clara señal del amor mutuo que nos profesamos. También es cierto
que hemos tenido crisis. Crisis derivadas sobre todo de sus fluidos
a destiempo. Pero ambos hemos aprendido. Él ha aprendido a no hacerme
enfadar casi nunca y yo he aprendido a ser comprensivo porque Ratón no
es una persona, es un perro. Durante este tiempo de convivencia con él
he ido dejando amigos por el camino, personas que se han enfadado
conmigo o con las que yo me he enfadado y con las que apenas si mantengo
relación. En cambio Ratón y yo hemos sido capaces de superar nuestras
crisis y aquí seguimos dos años y cinco meses después, con una amistad
que crece y crece cada día que pasa.
Mi marido Marce dice que convivir con Ratón me ha humanizado. Yo le digo que por el contrario, me ha perrizado.
Con él la vida es más tranquila y sí, puedo afirmar, sin ningún género
de dudas que desde que convivimos con Ratón somos más felices y también
más sensibles a los problemas de los animales, más comprensivos con sus
defectos -que los tienen- y a la vez esta convivencia nos ha hecho
sentir más admiración hacia ellos. Hacia su ingenuidad, su dulzura, su
cabezonería, su dignidad, sus ganas de vivir y de pasarlo bien y sobre
todo hacia su capacidad de dar y de recibir afecto...
En su tercer
cumpleaños quiero dedicarle este post al segundo animal más importante
de mi vida, mi perro Ratón. Uno de los perros más felices y buenos del
mundo.